Nace en el seno de una familia humilde, siendo el menor de sus cuatro
hermanos. Pero el más pequeño de los Sánchez Moreno estaba dotado con un
cerebro de tal privilegio y de un vitalismo tan innatos que, ya en plena
juventud fue capaz de abrirse camino en la electrofísica y la inventiva en un
mundo y un mercado tan amplio y complejo como era y es el norteamericano.
Antes de seguir con esta historia, debo aclarar, que yo, el autor de este blog tengo como primer apellido Sánchez, mis padres son de Piedrabuena (Ciudad Real) y mis primeros años de vida los pasé en Piedrabuena. Mas adelante viviendo en Madrid, los meses de verano, desde los 10 hasta los 14 años viajaba desde la capital hasta el maravilloso pueblo del que tengo unos recuerdos imborrables: Mis primos, Los Jarales, La Tabla de la Hiedra, el castillo de Miraflores, la Piedra Resbala de la Sierra de la Cruz, los paseos por la calle Real, Cuatro Caminos, la Huerta del Conde, y mis escapadas de niño a la iglesia y al ayuntamiento, desde donde me llevaban de nuevo a casa. Bueno seguimos con la historia.
Antes de seguir con esta historia, debo aclarar, que yo, el autor de este blog tengo como primer apellido Sánchez, mis padres son de Piedrabuena (Ciudad Real) y mis primeros años de vida los pasé en Piedrabuena. Mas adelante viviendo en Madrid, los meses de verano, desde los 10 hasta los 14 años viajaba desde la capital hasta el maravilloso pueblo del que tengo unos recuerdos imborrables: Mis primos, Los Jarales, La Tabla de la Hiedra, el castillo de Miraflores, la Piedra Resbala de la Sierra de la Cruz, los paseos por la calle Real, Cuatro Caminos, la Huerta del Conde, y mis escapadas de niño a la iglesia y al ayuntamiento, desde donde me llevaban de nuevo a casa. Bueno seguimos con la historia.
El 12 de octubre de 1904, un chaval español de 23 años se subió a un barco en
Cádiz con 60 dólares en el bolsillo y destino a Nueva York. Su padre hacía
tejas con barro y su madre lavaba ropa por encargo en un pilón a cambio de unas
monedas.
El chico se había criado descalzo en un pueblo en el que tres
de cada cuatro personas eran analfabetas, ganándose la vida haciendo recados.
Sin embargo, tan sólo nueve años después, regresó de Estados Unidos con un
millón de pesetas en el bolsillo, después de participar en la creación de los
primeros teléfonos móviles, hace más de cien años, y de inventar un aparato de
rayos X portátil que salvó a más de un soldado en la Primera Guerra
Mundial.
Aquel hombre era Mónico Sánchez Moreno (1880-1961). Su historia es tan
fascinante que se ha convertido en un ejemplo de que “en condiciones más
adversas que las actuales, es posible no sólo salir adelante, sino llevar a
cabo proezas admirables”, en palabras del físico Manuel Lozano Leyva, que acaba
de publicar un libro sobre su vida: El gran Mónico.
Mónico Sánchez llegó a Nueva York un año después de que Thomas Edison, el padre de la bombilla, hubiera electrocutado a una elefanta delante de 1.500 personas.
Y eso era precisamente lo que iba buscando el joven español: la electricidad.
Mónico se había criado en Piedrabuena (Ciudad Real), “un pueblo grande pero de
mala muerte”, en palabras de su biógrafo oficioso.
El 75% de sus habitantes eran analfabetos a comienzos de siglo. Era un buen
reflejo de la España
de la época: en 1901, en todo el país había poco más de 3.000 jóvenes
estudiando para ser ingenieros, pero 11.000 lo hacían para ser curas.
Sin embargo, Mónico, espoleado intelectualmente por un viejo profesor de la
escuela pública de su pueblo, decidió coger todos los ahorros que había ganado,
comprarse un traje y emigrar a Madrid para estudiar ingeniería eléctrica. Ni
siquiera tenía el bachiller elemental.
Tranvías sin mulas.
El joven castellano-manchego llegó a la capital en 1901, en plena implantación
del alumbrado eléctrico y de la electrificación del tranvía. “Mónico presenció
por las calles de Madrid vagones tirados a sangre, como se llamaba entonces a
la tracción animal, con los primeros que mágicamente se movían por sí mismos”,
narra Lozano Leyva, catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla
y miembro del Consejo Editorial de Materia. Mónico estaba embelesado con la
electricidad, pero su anhelada escuela de ingenieros industriales de Madrid
estaba cerrada por huelgas estudiantiles.
Mónico Sánchez siguió un curso a
distancia de electrotecnia en inglés.
Entonces, tomó una decisión insólita para un pueblerino sin oficio: decidió
apuntarse a un curso de electrotecnia a distancia, impartido desde Londres por
el ingeniero Joseph Wetzler. Era en inglés.
Y Mónico no sabía ni una palabra de inglés. Pero “debió de seguir el curso por
correspondencia de una manera tan rigurosa que el mismísimo Joseph Wetzler se
puso en contacto con él”, cuenta El gran Mónico, editado por Debate. Wetzler,
que se movía en los entornos de Thomas Edison, recomendó al joven español para
una plaza en una empresa de Nueva York.
En apenas tres años de esforzadísimo estudio destrozando diccionarios, Mónico
Sánchez había saltado de un pueblo de cabras perdido en La Mancha a la que se estaba
convirtiendo en la capital cultural del mundo.
Lozano Leyva retrata con maestría la “efervescencia inaudita” del Nueva York
que se encontró el castellano-manchego en 1904. Inmigrantes procedentes de todo
el mundo llegaban a la ciudad para construir sus primeros rascacielos, pero
muchos no se encontraban con el sueño americano.
“En el río Hudson nunca aparecieron más cadáveres de suicidas que en aquellos
años”, recalca el físico.
Una mirada al interior de las cosas
La física de finales del siglo XIX vio nacer multitud de
revoluciones que han dado forma a gran parte de la avanzada tecnología de la
que hoy podemos disfrutar. Una de esas revoluciones comenzó en 1895, cuando
Wilhelm Conrad Röntgen descubrió los rayos X. El hallazgo fue casual, como
sucede en tantas ocasiones. Röntgen se hallaba experimentando con tubos de
vacío y descargas eléctricas de alto voltaje. Su objetivo original se centraba
en investigar la fluorescencia producida por rayos catódicos pero se encontró
con cierto tipo de nueva radiación invisible que era capaz de atravesar la
materia e impresionar placas fotográficas.
Como desconocía qué eran aquellos misteriosos rayos, los llamó X, nombre que ha perdurado hasta hoy. Röntgen alcanzó la fama muy pronto y en 1901 se le concedió el premio Nobel de Física. Los aparatos de rayos X se extendieron por doquier pero eran voluminosos y caros. Si alguien diseñaba una máquina portátil, a buen seguro que encontraría también fama y fortuna. Bien, alguien lo hizo, pero para conocerlo no hay que mirar muy lejos, simplemente habrá que viajar a cierto lugar de La Mancha.
Como desconocía qué eran aquellos misteriosos rayos, los llamó X, nombre que ha perdurado hasta hoy. Röntgen alcanzó la fama muy pronto y en 1901 se le concedió el premio Nobel de Física. Los aparatos de rayos X se extendieron por doquier pero eran voluminosos y caros. Si alguien diseñaba una máquina portátil, a buen seguro que encontraría también fama y fortuna. Bien, alguien lo hizo, pero para conocerlo no hay que mirar muy lejos, simplemente habrá que viajar a cierto lugar de La Mancha.
Una máquina de rayos X en miniatura.
Mónico Sánchez continuó sus estudios en la neoyorquina
Universidad de Columbia, perfeccionando sus conocimientos sobre tecnología
eléctrica. Todo ello le sirvió para conseguir empleo como ingeniero jefe en una
industria que diseñaba y fabricaba aparatos para radiología y electromedicina.
Fue entonces, a partir de 1908, cuando logrará dar forma a sus ideas para
construir una máquina de rayos X y de corrientes de alta frecuencia muy
especial. El aparato fue exhibido al año siguiente en una muestra de tecnología
eléctrica en Nueva York y despertó el entusiasmo de los asistentes.
Acababa de nacer el conocido como aparato Sánchez. Se
trataba de una máquina de rayos X portátil, toda una revolución que cambió el
panorama del diagnóstico médico para siempre. ¿Y dónde estaba la novedad de
semejante aparato? Debe pensarse en que la tecnología de rayos X de principios
del siglo XX no era muy práctica para aplicaciones a gran escala. Por una parte
se debía contar con un generador eléctrico capaz de crear corrientes de alto
voltaje. Por otro, el montaje completo de las máquinas siempre era voluminoso y
pesado, con varios cientos de kilos de peso en total.. ¿Quién iba a pensar en
mover semejantes monstruos? Naturalmente, el coste de fabricación y el tamaño
de aquellas máquinas de rayos X hacía que sólo se pudiera disponer de ellas en
grandes hospitales.
Llegó entonces el aparato Sánchez para cambiarlo todo. Donde hasta entonces sólo había grandes máquinas fijas, ahora se podía llevar un sistema de rayos X donde se deseara. La nueva máquina se podía desplegar en apenas unos minutos, ocupaba el espacio de una maleta de viaje relativamente pequeña y no llegaba a la decena de kilos de peso. Toda una maravilla que, además, sólo necesitaba ser enchufada a la red eléctrica para funcionar, sin tener que preocuparse por tener a mano un generador.
Llegó entonces el aparato Sánchez para cambiarlo todo. Donde hasta entonces sólo había grandes máquinas fijas, ahora se podía llevar un sistema de rayos X donde se deseara. La nueva máquina se podía desplegar en apenas unos minutos, ocupaba el espacio de una maleta de viaje relativamente pequeña y no llegaba a la decena de kilos de peso. Toda una maravilla que, además, sólo necesitaba ser enchufada a la red eléctrica para funcionar, sin tener que preocuparse por tener a mano un generador.
bien, el futuro era brillante y Mónico comenzó a diseñar
máquinas de electroterapia.
La guerra de las corrientes.
Mónico empezó a trabajar de ayudante de delineante, pero pronto se matriculó en
el Instituto de Ingenieros Electricistas, un centro de formación profesional.
Y, pronto, cumplió su deseo de ir a la universidad, la de Columbia, para un
curso de electrotecnia de unos pocos meses de duración.
Era la época de la guerra de las corrientes. Las centrales eléctricas de Nueva
York quemaban carbón y petróleo a todo gas. La energía resultante movía dinamos
que producían la electricidad. El problema era distribuirla hasta los tranvías
y las bombillas de las casas.
El inventor español posiblemente fue testigo de los shows de Thomas Edison y
Nikola Tesla.
Edison, propietario de la compañía General Electric, defendía la corriente
eléctrica continua, un fluir perpetuo que implicaba grandes pérdidas en forma
de calor por la resistencia de los cables.
Pero, entonces, surgió otra figura espectacular de la ciencia, el ingeniero
serbio Nikola Tesla, en la empresa Westinghouse. El científico europeo propuso
utilizar una corriente alterna, en la que el chorro varía cíclicamente. La
solución era magistral, porque minimizaba las pérdidas.
Sin embargo, Edison no aceptó las evidencias e inició una ofensiva sosteniendo
que la corriente alterna era un peligro para los ciudadanos. “Se metió en una
dinámica de lo más espectacular y siniestra: electrocutar animales en público
con corriente alterna, sobre todo perros y gatos. Llevó el asunto al extremo
con la desdichada elefanta Topsy”, relata Lozano Leyva.
Tesla, mientras, se paseaba por teatros haciendo pasar la corriente alterna por
su cuerpo en medio de una nube de relámpagos, con corcho bajo sus pies, para
mostrar que no era para tanto.
“¿Fue Mónico testigo de algunas de las crueldades de Edison o de los espectáculos
de Tesla? Sin duda, porque si atraían a todo el mundo, quien no podía faltar a
ellos era alguien que llevaba la electricidad en las venas, habiendo sido su
pasión desde la adolescencia”, opina el físico.
Y en plena guerra de las corrientes, Mónico Sánchez fichó como ingeniero de la Van Houten and Ten
Broeck Company, dedicada a la aplicación de la electricidad en los hospitales.
Allí, aplicando algunos avances de Tesla, consiguió su gran invento: un aparato
de rayos X portátil.
Apenas pesaba 10 kilogramos,
frente a los 400 de los equipos tradicionales. Era una máquina ideal para la Gran Guerra que estaba
a punto de estallar. Francia compró 60 unidades para sus ambulancias de campaña.
El joven de Piedrabuena se había ganado el respeto de los ingenieros de Nueva
York.
Uno de ellos era Frederick Collins, volcado en la telefonía sin hilos o lo que es casi lo mismo: en los teléfonos móviles.
Uno de ellos era Frederick Collins, volcado en la telefonía sin hilos o lo que es casi lo mismo: en los teléfonos móviles.
Sus aparatos podían comunicarse a más de 100 kilómetros, sin
cables. El problema es que su teléfono, con un micrófono de carbón, “se
calentaba poco a poco y terminaba ardiendo al cuarto de hora o así de estar
hablando sin interrupción”, narra Lozano Leyva.
La Collins Wireless Telephone Company contrató a Mónico Sánchez como ingeniero
jefe, con la intención de vender su aparato portátil de rayos X, que pasó a
bautizarse The Collins Sánchez Portable Apparatus. Collins ofreció 500.000
dólares al castellano-manchego por su invento.
“Ya puede entreverse la insensatez que suponía poner un aparato de rayos X al
alcance de todo el mundo sin reparar para nada en la posible peligrosidad”,
escribe en El gran Mónico, el catedrático español. Muchos de los médicos que
fueron pioneros en el uso de los rayos X acabaron con deformaciones en las
manos o incluso muriendo por leucemia.
El sueño duró muy poco. La empresa de Collins comenzó una gran campaña de
propaganda para vender acciones, sugiriendo que la telefonía móvil en coches,
trenes y barcos ya era una realidad.
Cuatro ejecutivos, incluido Collins, acabaron en la cárcel. En su sentencia se
aludía a un presunto fraude en sus demostraciones en lugares públicos,
limitadas a conversaciones breves para que los teléfonos no echaran chispas. Cuando estalló el escándalo, Mónico ya había abandonado la empresa.
Al lado de General Electric
De aquellos formidables shows queda una fotografía de 1909: en ella aparece
Mónico Sánchez mostrando su aparato de rayos X en un estand de la III Feria de la Electricidad,
celebrada en el Madison Square Garden de Nueva York.
A su lado aparecen, nada más y nada menos, los estands de la General Electric
de Thomas Edison y de la
Westinghouse de Nikola Tesla.
Mónico Sánchez dejó Nueva York para
montar una fábrica de aparatos eléctricos en su pueblo, que no tenía luz.
En 1912, con 32 años y realmente rico, el hombre que iba para analfabeto
regresó a España convertido en un emprendedor millonario. Y, entonces, se le
ocurrió “un proyecto inviable y extravagante”, como lo define Lozano Leyva:
construir un centro de alta tecnología en su pueblo castellano-manchego y
fabricar allí sus aparatos portátiles de rayos X. En 1913 ya estaba en pie el
Laboratorio Eléctrico Sánchez.
El problema es que en Piedrabuena no había electricidad, pero ese detalle no
iba a detener al hombre que se puso a estudiar en inglés sin saber inglés.
Montó una central eléctrica en su pueblo, abastecida por el carbón llegado en
carros tirados por mulas. Y casi todo Piedrabuena acabó teniendo luz eléctrica,
previo pago.
El ingeniero de telecomunicaciones Juan Pablo Rozas, profesor de la Universidad de
Castilla-La Mancha, es el mayor experto en la vida y obra de Mónico Sánchez.
“Era un hombre de la electricidad formado en Estados Unidos y, de repente, se
trasplantaba a Piedrabuena. Los mandamases de allí le odiaban por ser demasiado
moderno y los pobres le odiaban por ser rico”, resume.
Mónico celebró la caída de la
Monarquía y la llegada de la Segunda República
en 1931, pero cuando comenzó la
Guerra Civil no supo dónde situarse. Primero, los milicianos
incautaron su laboratorio. Un día, incluso, fueron a buscarlo con una excusa
peregrina y, como no estaba, se llevaron a su segundo. No lo volvieron a ver
con vida. Tras la guerra, sin embargo, el jefe de Falange en la región acusó a
Sánchez del asesinato, aunque jamás fue procesado.
Un hombre de progreso.
Mónico Sánchez volvió de Nueva York y quiso elevar el nivel de vida de su pueblo, era un hombre de progreso”, explica Rozas. “En España necesitamos muchos Mónicos”, sentencia.
Muchos de los aparatos que fabricó el inventor en su pueblo a partir de 1913 se exponen hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, con sedes en A Coruña y Madrid.
Es complicado encontrar a alguien innovador, atrevido y osado, capaz de salir de un pueblo rodeado de analfabetismo, de hacerse ingeniero sin saber inglés y de convertirse en un emprendedor. Mónico Sánchez fue un personaje supersingular”, resume la física Rosa Martín Latorre, que fue comisaria de una exposición en el museo sobre el inventor castellano-manchego.
Mónico murió en 1961, cuando su nieta Isabel Estébanez Sánchez tenía 10 años. “El final de la fábrica de mi abuelo fue bastante penoso, porque dejó de vender y ya no tenía energía.
Tenía ciertas dificultades económicas, pero montó un cine en Piedrabuena”, recuerda su nieta, física y profesora. Ella tiene un grupo de alumnos a los que da clases a distancia, como estudió el gran Mónico.
Podéis escuchar un programa en Radio Nacional de España, en el que se narra la vida de Mónico Sánchez. Os dejo el enlace: Ir a escuchar
Ver vídeo
Un hombre de progreso.
Mónico Sánchez volvió de Nueva York y quiso elevar el nivel de vida de su pueblo, era un hombre de progreso”, explica Rozas. “En España necesitamos muchos Mónicos”, sentencia.
Muchos de los aparatos que fabricó el inventor en su pueblo a partir de 1913 se exponen hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, con sedes en A Coruña y Madrid.
Es complicado encontrar a alguien innovador, atrevido y osado, capaz de salir de un pueblo rodeado de analfabetismo, de hacerse ingeniero sin saber inglés y de convertirse en un emprendedor. Mónico Sánchez fue un personaje supersingular”, resume la física Rosa Martín Latorre, que fue comisaria de una exposición en el museo sobre el inventor castellano-manchego.
Mónico murió en 1961, cuando su nieta Isabel Estébanez Sánchez tenía 10 años. “El final de la fábrica de mi abuelo fue bastante penoso, porque dejó de vender y ya no tenía energía.
Tenía ciertas dificultades económicas, pero montó un cine en Piedrabuena”, recuerda su nieta, física y profesora. Ella tiene un grupo de alumnos a los que da clases a distancia, como estudió el gran Mónico.
Podéis escuchar un programa en Radio Nacional de España, en el que se narra la vida de Mónico Sánchez. Os dejo el enlace: Ir a escuchar
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