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La fabulosa historia de Mónico Sánchez


Mónico Sánchez, un español nacido en 1880 en un pueblo perdido de la Mancha, que emigró a Nueva York y acabó inventando un aparato portátil de rayos X y trabajando en la telefonía sin hilos.
Nace en el seno de una familia humilde, siendo el menor de sus cuatro hermanos. Pero el más pequeño de los Sánchez Moreno estaba dotado con un cerebro de tal privilegio y de un vitalismo tan innatos que, ya en plena juventud fue capaz de abrirse camino en la electrofísica y la inventiva en un mundo y un mercado tan amplio y complejo como era y es el norteamericano.
Antes de seguir con esta historia, debo aclarar, que yo, el autor de este blog tengo como primer apellido  Sánchez, mis padres son de Piedrabuena (Ciudad Real) y mis primeros años de vida los pasé en Piedrabuena.  Mas adelante viviendo en Madrid, los meses de verano, desde los  10 hasta los 14 años  viajaba desde la capital hasta el maravilloso pueblo del que tengo unos recuerdos imborrables: Mis primos, Los Jarales, La Tabla de la Hiedra, el castillo de Miraflores, la Piedra Resbala de la Sierra de la Cruz, los paseos por la calle Real, Cuatro Caminos, la Huerta del Conde, y mis escapadas de niño a la iglesia y al ayuntamiento, desde donde me llevaban de nuevo a casa. Bueno seguimos con la historia.

El 12 de octubre de 1904, un chaval español de 23 años se subió a un barco en Cádiz con 60 dólares en el bolsillo y destino a Nueva York. Su padre hacía tejas con barro y su madre lavaba ropa por encargo en un pilón a cambio de unas monedas.
El chico se había criado descalzo en un pueblo en el que tres de cada cuatro personas eran analfabetas, ganándose la vida haciendo recados.
Sin embargo, tan sólo nueve años después, regresó de Estados Unidos con un millón de pesetas en el bolsillo, después de participar en la creación de los primeros teléfonos móviles, hace más de cien años, y de inventar un aparato de rayos X portátil que salvó a más de un soldado en la Primera Guerra Mundial.
Aquel hombre era Mónico Sánchez Moreno (1880-1961). Su historia es tan fascinante que se ha convertido en un ejemplo de que “en condiciones más adversas que las actuales, es posible no sólo salir adelante, sino llevar a cabo proezas admirables”, en palabras del físico Manuel Lozano Leyva, que acaba de publicar un libro sobre su vida: El gran Mónico.


Mónico Sánchez llegó a Nueva York un año después de que Thomas Edison, el padre de la bombilla, hubiera electrocutado a una elefanta delante de 1.500 personas.
Y eso era precisamente lo que iba buscando el joven español: la electricidad. Mónico se había criado en Piedrabuena (Ciudad Real), “un pueblo grande pero de mala muerte”, en palabras de su biógrafo oficioso.
El 75% de sus habitantes eran analfabetos a comienzos de siglo. Era un buen reflejo de la España de la época: en 1901, en todo el país había poco más de 3.000 jóvenes estudiando para ser ingenieros, pero 11.000 lo hacían para ser curas.
Sin embargo, Mónico, espoleado intelectualmente por un viejo profesor de la escuela pública de su pueblo, decidió coger todos los ahorros que había ganado, comprarse un traje y emigrar a Madrid para estudiar ingeniería eléctrica. Ni siquiera tenía el bachiller elemental.

Tranvías sin mulas.
El joven castellano-manchego llegó a la capital en 1901, en plena implantación del alumbrado eléctrico y de la electrificación del tranvía. “Mónico presenció por las calles de Madrid vagones tirados a sangre, como se llamaba entonces a la tracción animal, con los primeros que mágicamente se movían por sí mismos”, narra Lozano Leyva, catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla y miembro del Consejo Editorial de Materia. Mónico estaba embelesado con la electricidad, pero su anhelada escuela de ingenieros industriales de Madrid estaba cerrada por huelgas estudiantiles.


Mónico Sánchez siguió un curso a distancia de electrotecnia en inglés.
Entonces, tomó una decisión insólita para un pueblerino sin oficio: decidió apuntarse a un curso de electrotecnia a distancia, impartido desde Londres por el ingeniero Joseph Wetzler. Era en inglés.
Y Mónico no sabía ni una palabra de inglés. Pero “debió de seguir el curso por correspondencia de una manera tan rigurosa que el mismísimo Joseph Wetzler se puso en contacto con él”, cuenta El gran Mónico, editado por Debate. Wetzler, que se movía en los entornos de Thomas Edison, recomendó al joven español para una plaza en una empresa de Nueva York.
En apenas tres años de esforzadísimo estudio destrozando diccionarios, Mónico Sánchez había saltado de un pueblo de cabras perdido en La Mancha a la que se estaba convirtiendo en la capital cultural del mundo.
Lozano Leyva retrata con maestría la “efervescencia inaudita” del Nueva York que se encontró el castellano-manchego en 1904. Inmigrantes procedentes de todo el mundo llegaban a la ciudad para construir sus primeros rascacielos, pero muchos no se encontraban con el sueño americano.
“En el río Hudson nunca aparecieron más cadáveres de suicidas que en aquellos años”, recalca el físico.

Una mirada al interior de las cosas
La física de finales del siglo XIX vio nacer multitud de revoluciones que han dado forma a gran parte de la avanzada tecnología de la que hoy podemos disfrutar. Una de esas revoluciones comenzó en 1895, cuando Wilhelm Conrad Röntgen descubrió los rayos X. El hallazgo fue casual, como sucede en tantas ocasiones. Röntgen se hallaba experimentando con tubos de vacío y descargas eléctricas de alto voltaje. Su objetivo original se centraba en investigar la fluorescencia producida por rayos catódicos pero se encontró con cierto tipo de nueva radiación invisible que era capaz de atravesar la materia e impresionar placas fotográficas.

Como desconocía qué eran aquellos misteriosos rayos, los llamó X, nombre que ha perdurado hasta hoy. Röntgen alcanzó la fama muy pronto y en 1901 se le concedió el premio Nobel de Física. Los aparatos de rayos X se extendieron por doquier pero eran voluminosos y caros. Si alguien diseñaba una máquina portátil, a buen seguro que encontraría también fama y fortuna. Bien, alguien lo hizo, pero para conocerlo no hay que mirar muy lejos, simplemente habrá que viajar a cierto lugar de La Mancha.


Una máquina de rayos X en miniatura.
Mónico Sánchez continuó sus estudios en la neoyorquina Universidad de Columbia, perfeccionando sus conocimientos sobre tecnología eléctrica. Todo ello le sirvió para conseguir empleo como ingeniero jefe en una industria que diseñaba y fabricaba aparatos para radiología y electromedicina. Fue entonces, a partir de 1908, cuando logrará dar forma a sus ideas para construir una máquina de rayos X y de corrientes de alta frecuencia muy especial. El aparato fue exhibido al año siguiente en una muestra de tecnología eléctrica en Nueva York y despertó el entusiasmo de los asistentes.
Acababa de nacer el conocido como aparato Sánchez. Se trataba de una máquina de rayos X portátil, toda una revolución que cambió el panorama del diagnóstico médico para siempre. ¿Y dónde estaba la novedad de semejante aparato? Debe pensarse en que la tecnología de rayos X de principios del siglo XX no era muy práctica para aplicaciones a gran escala. Por una parte se debía contar con un generador eléctrico capaz de crear corrientes de alto voltaje. Por otro, el montaje completo de las máquinas siempre era voluminoso y pesado, con varios cientos de kilos de peso en total.. ¿Quién iba a pensar en mover semejantes monstruos? Naturalmente, el coste de fabricación y el tamaño de aquellas máquinas de rayos X hacía que sólo se pudiera disponer de ellas en grandes hospitales.
Llegó entonces el aparato Sánchez para cambiarlo todo. Donde hasta entonces sólo había grandes máquinas fijas, ahora se podía llevar un sistema de rayos X donde se deseara. La nueva máquina se podía desplegar en apenas unos minutos, ocupaba el espacio de una maleta de viaje relativamente pequeña y no llegaba a la decena de kilos de peso. Toda una maravilla que, además, sólo necesitaba ser enchufada a la red eléctrica para funcionar, sin tener que preocuparse por tener a mano un generador.
bien, el futuro era brillante y Mónico comenzó a diseñar máquinas de electroterapia.


La guerra de las corrientes.
Mónico empezó a trabajar de ayudante de delineante, pero pronto se matriculó en el Instituto de Ingenieros Electricistas, un centro de formación profesional. Y, pronto, cumplió su deseo de ir a la universidad, la de Columbia, para un curso de electrotecnia de unos pocos meses de duración.
Era la época de la guerra de las corrientes. Las centrales eléctricas de Nueva York quemaban carbón y petróleo a todo gas. La energía resultante movía dinamos que producían la electricidad. El problema era distribuirla hasta los tranvías y las bombillas de las casas.

El inventor español posiblemente fue testigo de los shows de Thomas Edison y Nikola Tesla.
Edison, propietario de la compañía General Electric, defendía la corriente eléctrica continua, un fluir perpetuo que implicaba grandes pérdidas en forma de calor por la resistencia de los cables.
Pero, entonces, surgió otra figura espectacular de la ciencia, el ingeniero serbio Nikola Tesla, en la empresa Westinghouse. El científico europeo propuso utilizar una corriente alterna, en la que el chorro varía cíclicamente. La solución era magistral, porque minimizaba las pérdidas.
Sin embargo, Edison no aceptó las evidencias e inició una ofensiva sosteniendo que la corriente alterna era un peligro para los ciudadanos. “Se metió en una dinámica de lo más espectacular y siniestra: electrocutar animales en público con corriente alterna, sobre todo perros y gatos. Llevó el asunto al extremo con la desdichada elefanta Topsy”, relata Lozano Leyva.

Tesla, mientras, se paseaba por teatros haciendo pasar la corriente alterna por su cuerpo en medio de una nube de relámpagos, con corcho bajo sus pies, para mostrar que no era para tanto.
“¿Fue Mónico testigo de algunas de las crueldades de Edison o de los espectáculos de Tesla? Sin duda, porque si atraían a todo el mundo, quien no podía faltar a ellos era alguien que llevaba la electricidad en las venas, habiendo sido su pasión desde la adolescencia”, opina el físico.
Y en plena guerra de las corrientes, Mónico Sánchez fichó como ingeniero de la Van Houten and Ten Broeck Company, dedicada a la aplicación de la electricidad en los hospitales. Allí, aplicando algunos avances de Tesla, consiguió su gran invento: un aparato de rayos X portátil.
Apenas pesaba 10 kilogramos, frente a los 400 de los equipos tradicionales. Era una máquina ideal para la Gran Guerra que estaba a punto de estallar. Francia compró 60 unidades para sus ambulancias de campaña.

El joven de Piedrabuena se había ganado el respeto de los ingenieros de Nueva York.
Uno de ellos era Frederick Collins, volcado en la telefonía sin hilos o lo que es casi lo mismo: en los teléfonos móviles.
Sus aparatos podían comunicarse a más de 100 kilómetros, sin cables. El problema es que su teléfono, con un micrófono de carbón, “se calentaba poco a poco y terminaba ardiendo al cuarto de hora o así de estar hablando sin interrupción”, narra Lozano Leyva.
La Collins Wireless Telephone Company contrató a Mónico Sánchez como ingeniero jefe, con la intención de vender su aparato portátil de rayos X, que pasó a bautizarse The Collins Sánchez Portable Apparatus. Collins ofreció 500.000 dólares al castellano-manchego por su invento.
“Ya puede entreverse la insensatez que suponía poner un aparato de rayos X al alcance de todo el mundo sin reparar para nada en la posible peligrosidad”, escribe en El gran Mónico, el catedrático español. Muchos de los médicos que fueron pioneros en el uso de los rayos X acabaron con deformaciones en las manos o incluso muriendo por leucemia.
El sueño duró muy poco. La empresa de Collins comenzó una gran campaña de propaganda para vender acciones, sugiriendo que la telefonía móvil en coches, trenes y barcos ya era una realidad.
Cuatro ejecutivos, incluido Collins, acabaron en la cárcel. En su sentencia se aludía a un presunto fraude en sus demostraciones en lugares públicos, limitadas a conversaciones breves para que los teléfonos no echaran chispas. Cuando estalló el escándalo, Mónico ya había abandonado la empresa.

Al lado de General Electric
De aquellos formidables shows queda una fotografía de 1909: en ella aparece Mónico Sánchez mostrando su aparato de rayos X en un estand de la III Feria de la Electricidad, celebrada en el Madison Square Garden de Nueva York.
A su lado aparecen, nada más y nada menos, los estands de la General Electric de Thomas Edison y de la Westinghouse de Nikola Tesla.

Mónico Sánchez dejó Nueva York para montar una fábrica de aparatos eléctricos en su pueblo, que no tenía luz.
En 1912, con 32 años y realmente rico, el hombre que iba para analfabeto regresó a España convertido en un emprendedor millonario. Y, entonces, se le ocurrió “un proyecto inviable y extravagante”, como lo define Lozano Leyva: construir un centro de alta tecnología en su pueblo castellano-manchego y fabricar allí sus aparatos portátiles de rayos X. En 1913 ya estaba en pie el Laboratorio Eléctrico Sánchez.

El problema es que en Piedrabuena no había electricidad, pero ese detalle no iba a detener al hombre que se puso a estudiar en inglés sin saber inglés. Montó una central eléctrica en su pueblo, abastecida por el carbón llegado en carros tirados por mulas. Y casi todo Piedrabuena acabó teniendo luz eléctrica, previo pago.
El ingeniero de telecomunicaciones Juan Pablo Rozas, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, es el mayor experto en la vida y obra de Mónico Sánchez. “Era un hombre de la electricidad formado en Estados Unidos y, de repente, se trasplantaba a Piedrabuena. Los mandamases de allí le odiaban por ser demasiado moderno y los pobres le odiaban por ser rico”, resume.
Mónico celebró la caída de la Monarquía y la llegada de la Segunda República en 1931, pero cuando comenzó la Guerra Civil no supo dónde situarse. Primero, los milicianos incautaron su laboratorio. Un día, incluso, fueron a buscarlo con una excusa peregrina y, como no estaba, se llevaron a su segundo. No lo volvieron a ver con vida. Tras la guerra, sin embargo, el jefe de Falange en la región acusó a Sánchez del asesinato, aunque jamás fue procesado.

 
Un hombre de progreso.
Mónico Sánchez volvió de Nueva York y quiso elevar el nivel de vida de su pueblo, era un hombre de progreso”, explica Rozas. “En España necesitamos muchos Mónicos”, sentencia.
Muchos de los aparatos que fabricó el inventor en su pueblo a partir de 1913 se exponen hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, con sedes en A Coruña y Madrid.
Es complicado encontrar a alguien innovador, atrevido y osado, capaz de salir de un pueblo rodeado de analfabetismo, de hacerse ingeniero sin saber inglés y de convertirse en un emprendedor. Mónico Sánchez fue un personaje supersingular”, resume la física Rosa Martín Latorre, que fue comisaria de una exposición en el museo sobre el inventor castellano-manchego.
Mónico murió en 1961, cuando su nieta Isabel Estébanez Sánchez tenía 10 años. “El final de la fábrica de mi abuelo fue bastante penoso, porque dejó de vender y ya no tenía energía.
Tenía ciertas dificultades económicas, pero montó un cine en Piedrabuena”, recuerda su nieta, física y profesora. Ella tiene un grupo de alumnos a los que da clases a distancia, como estudió el gran Mónico.
Podéis escuchar un programa  en   Radio Nacional de España, en el que se narra la vida de Mónico Sánchez. Os dejo el enlace: Ir a escuchar

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