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El hundimiento del buque Pamir

La mayor parte de nuestro conocimiento social, así como nuestras creencias sobre el mundo, emanan de las informaciones que leemos o escuchamos a diario. Es muy probable que no exista otra forma de conocimiento, salvo al que nosotros podemos acceder de forma directa, o sea, viendo, tocando y sintiendo. Incluso de esta manera no todo lo que podemos observar de forma directa, es lo que realmente existe, pues siempre recibiremos las cosas desde nuestro punto de vista y forma de pensar y creer. 

A pesar de todo, esta página lo único que hará será exponer aquellos sucesos que trascienden a consecuencia de su singularidad, la cual los hacen sobresalir de los hechos normales y cotidianos de cada día. Espero que les sea al menos, interesante.  

 El Galatea en las mismas latitudes que el Pamir

Como quiera que el buque alemán Pamir navegase el mismo día y en la misma zona  donde se encontraba  el  velero Galatea, ambos buques sufrieron el mismo temporal, pero quizás con distinta intensidad y en diferentes circunstancias.

El Galatea era un buque perteneciente a la marina de guerra española destinado  al  adiestramiento de futuros oficiales y contramaestres de la Armada, a diferencia del Pamir  que instruía a futuros oficiales de la marina mercante alemana, llevando además en sus bodegas carga de cereal.

Los dos buques tenían el casco de acero  y en  su gobernabilidad prevalecían el viento y las velas. En cuando a  su  tripulación creo que, a mi corto entender, estaba mejor preparada la dotación del Galatea, ya que no tenían otra misión que el manejo del  aparejo, la  enseñanza de todos los menesteres de cubierta, y la  preparación de los futuros contramaestres de una marina de guerra preparada para hacer frente siempre a una navegación con más dificultades  que la simple navegación a vela.   

Comenta un tripulante del Galatea que una  de las misiones de la enseñanza  práctica, era someter a la dotación del buque a situaciones de extrema necesidad tanto en su vida a bordo como en los entrenamientos de la navegación. Al respecto, y  valga como ejemplo, la siguiente anécdota:   “En una de las habituales  navegaciones a la llegada a puerto, el buque se disponía  a recibir las numerosas visitas de autoridades locales. En Puerto Rico una de esas visitas quiso beber agua de la baca que había en cubierta. Al probarla vio que el chorro de agua salía caliente y exclamó: “¡Parece caldo!”. A esta exclamación el oficial de guardia del Galatea respondió: se tiene así  el agua para acostumbrar a la dotación a pasar toda clase de necesidades y sobrevivir con lo que esté a su alcance".

De esta misma manera otro de los navegantes del Galatea, recuerda  que,   cuando navegaba  a bordo y era sacudido fuertemente por alguna ola que le dejaba  empapado sobre cubierta, el querido   contramaestre don Robustiano   le decía : “ánimo, que esto es polvo del  camino”. Estas dos situaciones a las que se sometía a la dotación, no quiere decir que el Galatea en las mismas circunstancias   no hubiese sido presa también de la ferocidad de las aguas. La siguiente anécdota ocurrida con el Pamir se puede tener en cuenta simplemente como un reto entre muchachos embarcados en un buque a vela que hacían competencia a otro grupo de jóvenes alemanes que coincidieron en un puerto alemán. Los jóvenes aprendices del Pamir y los del Galatea.

Un joven muchacho del velero español recuerda: “al buque Pamir lo vi atracado en Bremen o en Hamburgo, no recuerdo muy bien. A nuestra entrada a puerto nos dieron la bienvenida con el saludo a la voz y al cañón. Nunca olvidaré cómo fue el saludo a la voz, se repitió tres veces por ambas dotaciones ¡hip, hip, hip, hurra!. Nunca dejaré de escuchar las voces de esos marinos.”

 “El Galatea atracó cerca del Pamir y ellos creían que tenían más destreza que nosotros subiendo a los palos. Cuando ellos subían por las jarcias, nosotros nos quedábamos mirando y notábamos su orgullo de hacerlo con rapidez y destreza. Ellos pensaban que nosotros no estábamos bien preparados y ante el desafío iniciamos la subida a los palos”.

“Cuando nosotros llegamos al puerto alemán, el Pamir estaba atracado por nuestra proa y nos dio el saludo a la voz, cubriendo candeleros y pasamanos. Los primeros fueron los tripulantes del Pamir y nosotros estábamos viendo cómo subían por las jarcias y las vergas. No eran malos si no lo contrario, subían bien”.                                   

 “Ellos quisieron lucirse delante de nosotros sin conocernos  y la dotación del Galatea nos quedamos con la boca abierta viendo toda su maniobra. Luego nos tocó a nosotros, pero no sabían con quienes trataban. A la voz de gavieros y juaneteros al pie de la jarcia, antes que terminara la orden,  ya estábamos todos listos para subir”.

“A la orden de ¡Arriba!, parecía que no teníamos  piernas ni brazos, porque no se veían de lo veloz que  subíamos. Una vez que estuvimos en posición de saludo a la voz, comenzaron ellos a saludar  dando su comandante la voz  de  hip, hip, hip, a lo que  respondieron hurra.  Esto se repitió tres veces y luego nosotros tuvimos que devolver el saludo en los mismos términos. Al terminar bajamos todos de los palos, pero nosotros llegamos primero a la cubierta que ellos”. “Fue una lección magistral. Los  miembros de la dotación del Pamir    no eran peores que nosotros, solamente que nosotros estábamos mejor adiestrados que ellos. Sí, había  un cierto pique, pero no de maldad,  sino  una competencia profesional,  y cuando salimos a la mar nos despidieron muy cortésmente.”

El Galatea al rescate del Pamir

 El  Galatea,  victorioso de las duras pruebas a las que había sido sometido navegaba proa a las Islas Azores, junto a  alguna que otra manada de delfines que casi siempre acompañaban a la bella Nereida que  adornaba la proa del velero. Los aspirantes a especialistas, convencidos de su decisión de continuar en la marina cuando venciese su contrato, como náufragos deseaban llegar al puerto donde habían iniciado su agridulce aventura, pues tan sólo les quedaba una escala en Lisboa para pisar tierras ferrolanas, donde llegarían como auténticos veteranos a los ojos de los nuevos aprendices.

Al llegar la noche, el Galatea permanecía bajo la inquietante mirada de  millares de estrellas  que guiñaban sus luces, espantando la  reinante y absoluta oscuridad de la noche por la que navegaba el velero. El intenso frío obligaba a guarecerse donde podían a los que desgraciadamente les correspondía su puesto de guardia al aire libre, ya que el buque  necesitaba como mínimo dos serviolas que vigilasen constantemente la superficie del agua, uno a babor y otro a estribor para observar cualquier  contratiempo  y dar aviso inmediatamente. También permanecían en cubierta un par de timoneles en la caña, dos  en las guindolas ante un posible hombre al agua y otro en la campana para hacerla sonar a las horas, las medias y los cuartos, además de  un ordenanza, junto al puente.

El resto podía permanecer a la espera de ser requeridos ante cualquier eventualidad, aprovechando el tiempo para recibir formación por parte de los contramaestres o bien aplicarse al estudio de las correspondientes asignaturas que a lo largo del curso tenían que superar. A lo largo de la noche  el sonido de las olas se oía  cada  vez con más fuerza, al chocar contra la proa y costados del buque, y el frío se agudizó con las primeras luces del alba, que dejaron ver la rizada espuma de las olas que por momentos se hacían cada vez más grandes y poderosas.

El personal de la guardia entrante, viendo su sueño interrumpido por los bandazos y sacudidas, subía malhumorado de los sollados hacia la cubierta para preparar  la maniobra ante el empeoramiento cada vez más acusado del tiempo. Se terminó de arriar el aparejo y se comenzó a navegar con la trinquetilla para capear el temporal. En esos momentos la mala fortuna permitió  que la puerta estanca del pañol de guardabanderas quedase  abierta y en uno de los violentos golpes de mar, el agua comenzó a entrar a raudales hacia el interior, a través de unas rejillas de ventilación que comunicaban  con el sollado de popa, inundando parcialmente dicho lugar de descanso de la dotación.

La cantidad de agua embarcada no era excesiva, pero a consecuencia de los bandazos y cabeceos del Galatea, los desagües del habitáculo no cumplieron su función, y el líquido y salado elemento mojó la batayola, donde se estibaban los coys, las taquillas donde se guardaba la ropa y las gavetas y platos azotados por el agua flotaban golpeando todo lo que se ponía a su paso.  El temporal se hacía cada vez más violento y el barco, ingobernable, iba casi a la deriva, teniendo que sujetar la caña entre cuatro personas, aunque con ese balanceo de babor a estribor y de proa a popa no se podía hacer nada. Con las ráfagas de viento casi huracanado, aunque las velas estaban aferradas, algunas ligaduras se desprendían y por supuesto había que subir a reparar los desperfectos causados. En esas circunstancias no obligaban a nadie a subir a los palos y lo que es peor a las vergas.

Ante la petición de voluntarios, los valientes  aprendices especialistas, con pundonor y fantástica destreza, demostraron en todo momento  lo que eran  capaces de hacer para capear el temporal, subiendo a los palos y desafiando a la climatología. Parecía que se iban  a comer el mundo. Una vez arriba las escoras eran tan fuertes que los penoles casi tocaban el agua y el viento, el  frío y la  lluvia incesante, unido a los marchapiés  endurecidos por el agua, dificultaban la realización de los trabajos indispensables. Los pies doloridos y las lonas azotadas por el viento y pegando fuertemente en la cara de aquellos muchachos apenas les  permitían guardar el equilibrio sobre la arboladura, y acabando su faena como buenamente podían, sin que nadie les mandara, ayudaban a sus compañeros hasta la completa finalización de los trabajos.

Ni que decir tiene que los que estaban en cubierta también estaban sufriendo y siempre pendientes de las  maniobras de sus compañeros en las alturas de aquel entramado de metal, lona, y cáñamo que apenas bastaba  para hacer gobernar al buque. Acabado el trabajo, la bajada por la jarcia con los pies casi congelados, al contacto  con la dureza de los flechastes y el vaivén del barco, hacía que el camino de vuelta  fuese un tanto peligroso y  doloroso.                             Al llegar a cubierta, les aguardaban el contramaestre de víveres con una botella de brandy  para entrar en calor y los  brazos de sus compañeros con los ojos encharcados en lágrimas ofreciendo  lo que poseían, su hombro para apoyarles, sus ropas secas para  darles abrigo  y su coy seco para  que al menos tuviesen un merecido descanso, ya  que los suyos habían sido pasto de las aguas,  en el sollado de popa.  Estos comportamientos tan familiares y humanos harían que con el paso de los años jamás se borrasen de las mentes de esos adolescentes, aquellos momentos vividos  tan lejos de sus familias  y tan cerca del sufrimiento y  de las penalidades de las fuerzas de la naturaleza.

La jornada transcurría  en medio de una lucha titánica contra la mar, cuando  en el transcurso de la  tormenta  se recibe una llamada de socorro procedente del buque escuela alemán  Pamir. El Galatea, atendiendo rápidamente la llamada de buque alemán, se empleó a fondo en la búsqueda de náufragos,  ya que a pesar de luchar  contra viento y olas  el Pamir no pudo superar la bravura  de la mar desapareciendo bajo su superficie. No se encontraron supervivientes a excepción  de seis tripulantes que fueron auxiliados por otros buques que también participaron en el rescate.

Pasado el día y a través de la radio del buque  se confirman los malos augurios siendo ochenta hombres los que perecieron. En esos momentos, se apoderó de la dotación del Galatea una profunda tristeza recordando a aquellos muchachos con los que coincidieron en el puerto de  Rotterdam hacía unos meses,  y con los que  entablaron el desafío consistente en  quienes subían y bajaba con mayor rapidez y habilidad de la arboladura. La dotación  recordaba con nitidez fotográfica cuando vieron  atracado  el  Pamir en  Rotterdam  y como  a la entrada a puerto les  dieron la bienvenida con el saludo a la voz y al cañón. Nunca olvidarían  cómo fue el saludo a la voz, que  se repitió tres veces por  ambas dotaciones ¡hip, hip, hip, hurra!. Nunca dejarían de escuchar las voces de esos marinos.

El Pamir

Este buque, el Pamir, además de la instrucción  de futuros marinos  mercantes, tenía que velar  por la conservación y seguridad  de su carga. Por eso, muchas veces  su instrucción estaba supeditada al tráfico mercantil, y se intentaba que en las travesías no se corrieran riesgos. Aún así esa búsqueda de la rentabilidad comercial pudo ayudar en el desastre: el radiotelegrafista, sobrecargado de tareas burocráticas, pudo perder alguno de los partes que anunciaban la tempestad. Igualmente el mantenimiento del casco, de 1.905, y aparejos no era el ideal, por su elevado coste. Fuera como fuera, que la Virgen del Carmen se haya apiadado de ellos.

A bordo, un grupo de cincuenta y un ilusionados jóvenes alumnos de la marina mercante alemana,  formaban parte de la dotación  junto con treinta y cinco tripulantes veteranos del último exponente de la navegación comercial a vela Sus bodegas llevaban casi cuatro mil toneladas de   cebada a granel, ya que por una huelga de los trabajadores del puerto de Buenos Aires, se almacenó sin su acostumbrado  embalaje en sacos, como era habitual.  Para compensar embarcó doscientas cincuenta y cinco tonelada de lastre, en sacos,  para mejorar su estabilidad. 

Abandonó el Puerto el 11 de Agosto de 1957,  al mando del  capitán Johannes Diebitsc .  La  travesía se desarrolló con normalidad hasta el 21 de septiembre cuando a unos 1.100 kilómetros al oeste-suroeste de las Azores el Pamir se enfrentó contra el huracán Carrie Un corrimiento de carga es una de las cosas que más temen los marinos mercantes, pues si el barco comienza a escorar y la carga intenta buscar una nueva posición de equilibro no solo no volverá a adrizarse, sino que seguirá hasta volcar. El viento soplaba en forma moderada aumentando progresivamente de intensidad, sin que la tripulación le diera mayor importancia. Comenzaron  a soplar unas rachas más fuertes que alertaron al viejo comandante, que ordenó cargar todo el aparejo a fin a aproar el velero hacia el oleaje que hostigaba con violencia el casco.

El buque comenzó a escorarse a babor y  las velas se rifaban al faltar  su sujeción y  las que no se rifaron comenzaron a hacerse jirones, atacadas por el fuerte viento. En esta situación el buque comenzó a tener una escora cada vez más pronunciada  a babor  que llegó hasta cuarenta grados.  El  Pamir no consiguió adrizarse y se ordenó el abandono del buque, no sin antes emitir un S.O.S. que   fue  recibido por varios  buques que navegaban por la zona, entre ellos el Galatea. El buque norteamericano Geiger pudo rescatar cinco tripulantes de uno de los botes salvavidas del Pamir y, al día siguiente, el guardacostas USS Absecon encontró otro superviviente. En total  suman seis  náufragos rescatados, ochenta fallecidos y un miembro de la dotación que logró salvarse al tener  que ser hospitalizado en Buenos Aires, antes de la  ultima singladura del Pamir.

El duelo por la pérdida del Pamir dio la vuelta al mundo, haciéndose   homenajes en memoria de los náufragos y a día de hoy aún se los recuerda. Este es el caso del memorial que hay en una capilla en la torre norte de la iglesia de San Jacobo en Lübeck, allí se recuerda el nombre de todos los marineros que no regresaron, y en Nueva Zelanda hay otro recuerdo en la ciudad de Wellington en el Great Harbour Way frente al parque de Frank Kitts hay una placa en memoria del Pamir y su tripulación.

Otra placa, obra del capitán y práctico del puerto palmero, Francisco Noguerol Cajén, se exhibe desde el año 2017 en el edificio terminal de pasajeros del puerto de Santa Cruz de La Palma, en recuerdo del 60º aniversario del velero alemán “Pamir”, cuya trágica efeméride se cumple hoy. El presidente de la Autoridad Portuaria, Ricardo Melchior y el alcalde de la capital palmera, Sergio Matos, asistieron al sencillo homenaje, así como Carmen Concepción, directora del Museo Naval y Mario Suárez, presidente del Club de Vela Latina Benahoare.

El citado velero llegó el 4 de octubre de 1914, recién iniciada la Primera Guerra Mundial y permaneció hasta el 4 de marzo de 1920. Durante su estancia en La Palma su tripulación arraigó de manera extraordinaria con la población de la capital palmera, algunos de cuyos tripulantes, caso de Ferdinand Leopold, contrajo matrimonio y sus restos mortales descansan en el cementerio de la capital palmera, El gran velero se perdió trágicamente en 1957 en el Atlántico, víctima del huracán “Carrie”, con el doloroso saldo de 80 muertos.


Para el Galatea, la  fuerza del temporal amainaba por momentos, y la triste noticia sumió a la dotación de  vlero en un silencio interrumpido solamente por el silbar del viento sobre la arboladura  y el arrullo constante del cabeceo de la proa del buque sobre las olas, que recordaba a  todos que  la mar había tomado su tributo. Casi todos deambulaban sin decir palabra, sumidos en sus pensamientos y  agradecidos de haber salido victoriosos de una lucha tan desigual,  en un entorno  tan cambiante, que mutaba de la idílica estampa de azul y cielo, a la más temible oscuridad de viento nubes y furiosas olas que engullían a todo artilugio que sobre ellas pretendiese  navegar.                                                       Todos a bordo, habían  aprendido una lección de respeto y  humildad que jamás podrían olvidar, y por fin lograron entender  el significado de las palabras que  cada día, al oscurecer entonaban al unísono: “Tú que dispones de  cielo y mar, haces la calma, la tempestad.  Ten de nosotros Señor, piedad, piedad Señor, Señor Piedad”.

Para los curiosos, ver en estos enlaces unos vídeos del  velero Pamir ,y de las travesías de los buques de línea a vela (Es el último reportaje)

Pamir1

Pamir 2

Pamir 3

Pamir 4

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